Abrazo de papel
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Las cartas con estampilla se echaban al buzón.
Iban manuscritas o tecleadas en máquina Remington, Underwood u Olympia. Tardaban en llegar. Claro, existía el correo aéreo y la entrega inmediata que aceleraban un poco la llegada de las idas y de las venidas.
Se inventó el fax y las cartas llegaban sin sobre, casi al instante, al escritorio del destinatario. Fue un invento genial todavía vigente. Lo que hizo un cambio verdaderamente cualitativo fue el correo electrónico, y ahora –con más imagen y más brevedad– las redes sociales.
El periódico es una gran carta de muchas secciones. Nada lo ha podido desplazar. Sigue la gente ojeando y hojeando las enormes hojas que cubren la mitad de su cuerpo. Hay expendedores, pero desapareció el voceador –cante jondo y gregoriano– salpicando con su gracia los amaneceres.
Hace tiempo, por este mes de julio, surgió un periódico singular.
A algunos les pudo parecer una publicación marsupial. Metida como un cangurito en la bolsa ventral de El Obsevador, editado en Querétaro. Un periodiquito que apareció dando voces porque no podía callar su esperanza.
Se anunciaba en las misas dominicales y la gente lo compraba por curiosidad.
Sintieron en él los lectores el palpitar de una diócesis en un peregrinar fraterno. Noticias, reflexiones, fotos, avisos de eventos. Ha sido una ensalada medio capiroteada en el molcajete de cada edición.
Han sido páginas de vida. Se ha encendido el relampagueo mágico de la comunicación y han quedado ya las huellas en el camino. Uno se alegra de haber dejado por ahí, en alguno de sus rincones, unas líneas tecleadas con tinta de entusiasmo para ser un guijarro en la montaña.
Deseamos que Voces de Esperanza volviera a ser una nota afinada en la estridencia de las publicaciones de esta nación. Un destello de la luz de Cristo en la penumbra del acontecer. Una veta del Reino de Dios, que empezó también en el seno de una Madre y es ahora el alma de todas las Voces de Esperanza. En este mes, desde esta columna que traga luces, recordamos aquel abrazo de papel y el pequeño soplo en el ventarrón de cariño que apagaba, en inolvidable mes de julio, en esos días, la vela número uno del pastel de su primer cumpleaños…
Ahora se puede recibir información sin hojas de papel, en teclado y pantalla, pero nos seguimos preguntando qué abrojos, como en la parábola del sembrador, pudieron rasgar y sofocar esa plantita aventurera que nos iba quitando el analfabetismo funcional y nos sentaba a leer...