¿El mejor de los mundos?
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Cuando un corazón se enfría, hay carencia de proyectos, la persona se torna abúlica, se rompen los vínculos y los encuentros con sus semejantes
Dice Leonardo Polo: “La primera dimensión de la esperanza es el optimismo. No hay esperanza sin optimismo, es decir, si no se entiende que existe un futuro por alcanzar que es mejor que el presente; también al revés: el único optimismo legítimo es el que mora en la esperanza, porque conformarse con las quiebras de la situación sólo es propio de hombres tímidos y desilusionados. Ser optimista sin esperar equivale a detenerse en una llanura sin relieve; en el fondo, es un modo tonto de consolarse, como pone de manifiesto un dicho inglés, según el cual, el optimista sostiene que estamos en el mejor de los mundos posibles; el pesimista es el que cree que eso es verdad.
En la aparente paradoja de este dicho se muestra un optimismo que no es fiel a sí mismo, es decir, ajeno a la esperanza (…) El optimista esperanzado rechaza la idea de estar en el mejor de los mundos posibles, porque en ese mundo no hay nada que hacer; es decir, no es posible mejorarlo.”
En este sentido, concuerdo con Martín Descalzo: la enfermedad del mundo actual no se encuentra, únicamente, en el deterioro de la fe del ser humano o en la crisis de virtudes por la cual atraviesa, sino, más bien, en la agonizante esperanza, en la ausencia de ganas de vivir profundamente la existencia, en haber interrumpido la búsqueda de lo mejor que podemos llegar a ser; en creer que los seres humanos somos malos por naturaleza, en pensar - agregaría yo - que Dios no existe, que ha muerto, que estamos desamparados.
El resplandor humano languidece por falta de esperanza, por indigencia de ánimo, por ausencia de optimismo, por falta de combustible para construirnos mejores personas y así edificar un México luminoso.
Madre del desaliento
El abandono de la esperanza induce a las personas a pasar, primero, a la estancia de la mediocridad, para luego llegar de lleno al mismísimo infierno del pesimismo; en cambio, la presencia de la esperanza permite tolerar las experiencias más intolerables, despertando el anhelo de la felicidad.
Cuando un corazón se enfría, hay carencia de proyectos, la persona se torna abúlica, se rompen los vínculos y los encuentros con sus semejantes. En estos casos las consecuencias suelen manifestarse en fenómenos como la indiferencia, el desapego, la irresponsabilidad y la ausencia de compromiso. Entonces la persona cae en el abismo del nihilismo, de la depresión. En el suicidio espiritual.
Círculo vicioso
¿Y podría ser distinto? ¿Acaso no nos alimentamos cotidianamente de las peores noticias y tragedias: la violencia, la incapacidad del gobierno para hacer efectivamente su labor, la inseguridad cotidiana, el terrible cáncer de la corrupción que carcome el alma y las familias de la mayoría de nuestros políticos y funcionarios públicos, las matanzas, las enfermedades, las catástrofes naturales, las nuevas formas de terrorismo, y todos esos fenómenos que agresivamente intentan degradar nuestra condición humana?
También, a esta realidad, se agrega la pestilente porquería que pasan en la mayoría de los programas televisivos (y en algunos radiofónicos), el presenciar tanto miedo alrededor, observar a gente avinagrada y leer en los periódicos infinidad de desdichas y calamidades teñidas de rojo, que han contribuido a que, voluntariamente, nos hayamos vacunado en contra de nuestra propia humanidad hasta llegar a la certeza que el ser humano es perverso.
Además la infinita transferencia de datos, imágenes violentas y palabras sin sentido, nos tiene atolondrados, aturdidos, contaminados.
Macabro mensaje
Mora en el ambiente un influjo que incesablemente susurra: “haz lo que quieras para enriquecerte, goza desenfrenadamente, que ya en vida estas muerto, que nada tiene sentido, que somos seres intrascendentes. ¡Mira todo lo que sucede en torno tuyo, percátate de la miseria que llevas dentro! ¡Date cuenta que el único Dios que existe, es el inexistente, el que ha muerto para abandonarte a tu propia ventura! “.
Vaya enredo, pero es cierto: todos los días el mundo, con muchísimas expresiones, subliminalmente, deposita en nuestro inconsciente el macabro mensaje que Dios ha muerto, que ha sido “asesinado” por nosotros mismos. Que la vida no tiene sentido. Entonces, bajo esta creencia ¿podrán existir razones para la esperanza y causas para la alegría?
Presencia total
Recuerdo una singular historia que habla de un hombre que en una ocasión susurró: “¡Dios, háblame! Y entonces el árbol cantó cuando el viento pasó. Pero el hombre no oía. Luego el hombre, habló más fuerte, pidiendo: ¡Dios, háblame!, y un rayo cruzó el inmenso cielo. Pero el hombre no oía. El hombre miró a su alrededor y dijo: ¡Dios, permite que te vea! Y una estrella se iluminó con gran resplandor, pero el hombre no la notó. Entonces el hombre gritó: ¡Dios, muéstrame un milagro! Y en ese minuto nació un bebé. Pero el hombre no lo supo. Luego el hombre pide a gritos, desesperado: ¡tócame Dios y hazme saber que estás aquí! Dicho esto, Dios bajó y tocó al hombre, pero el hombre espantó a la frágil y hermosa mariposa que volaba a su alrededor y continuó caminando, cabizbajo, sin haberse percatado que todo aquello que le rodeaba era producto de la presencia de Dios”. Efectivamente, ante todo este ruido hemos olvidado que Dios ahí esta, más viviente que nunca, en el silencio no buscado, en esa serenidad voluntariamente renunciada.
En la viña…
Esas gafas negras impiden que veamos la existencia de millones de personas que viven dando y dándose. Que ciertamente hay muchas actitudes pesimistas, pero también infinidad de jóvenes que le sonríen a la vida emprendiendo ideales excelsos. Que hay tragedias, pero que de ellas emergen héroes que nos descubren a los humanos como seres amorosos.
Qué hay gente blindada en sus corazones, pero también - y son las más - que tienden la mano al necesitado. Que hay empresarios egoístas, pero muchos otros generosos. Qué hay cientos de incrédulos que pregonan el deceso de Dios, pero que también existen millones de personas que oran por ellos. Que hay sacerdotes infames, pero que son muchos, los más, los que llevan una vida santa.
Que la tierra se contamina espantosamente, pero que existe gente que, codo a codo, limpia los arroyos. Que hay políticos corruptos, pero otros que no lo son, que hay gente inhumana, mala; pero también una sociedad de millones de personas que buscan el bien de México. Que tenemos mucho de Judas, pero también bastante de Cristo. Que algunos quitan, pero muchos más son los que generosamente comparten.
Apagar los botones
Incuestionablemente, en el mundo -y en particular en México- hay llagas abiertas, miserias, pero también personas que asumen su condición humana con toda realidad y dignidad. Sin vinagre. Mirando hacia las estrellas, y emprendiendo con las manos, sin casarse con el pesimismo, sacando el mayor provecho de eso que les ha sido dado. Experimentando la aventura y el misterio de la existencia.
El día que decidamos apagar al botón de la televisión y encender nuestros corazones; el día en que creamos visiones de vida; el día en que decidamos creer que es más noticia esos miles de padres anónimos que aman y cuidan a sus hijos, en lugar de ese nombre apuntado en la primera plana por haber descuidado a su familia, entonces habremos revivido a la esperanza.
Insistir
En ese momento nos comprenderemos temporales, pero también eternos, honda verdad por la cual vale la pena vivir con el espíritu inundado de alegría, sabiendo que “la esperanza es el sueño del hombre despierto”.
En fin, hay que salvarnos del suicidio espiritual dándoles a la esperanza y al optimismo una nueva oportunidad, recatándolos de la agonía; estoy cierto de esta posibilidad, pues “la desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo”.
Entonces, jamás admitamos que estamos en el mejor de los mundos, porque siempre hay mucho por emprender y mejorar.
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo
cgutierrez@itesm.mx