Íntimo secreto
COMPARTIR
TEMAS
Don Abundio cuenta historias tan reales que hasta parecen sacadas de la imaginación. Yo ya no sé si creerle o no. Lo que hago es someter todos sus relatos a la duda cartesiana. Esa duda metódica sirve mucho para no irse uno con la finta.
Por ejemplo don Abundio dice que cuando se casó quiso poner a prueba la discreción de su mujer. Para ello ideó una estratagemo que parece sacad de los cuentos de Bocaccio, de Chaucer o de Juan de Timoneda. Una mañana fingió preocupación. Le preguntó su esposa con solicitud:
-¿Qué le sucede, Abundio? ¿Por qué anda usté tan serio?
Debo decir que en tiempos de la juventud de don Abundio no se usaba el tuteo entre los casados. Los esposos se hablaban de usted aun en los momentos de la mayor intimidad. “Muévase”... “¿Qué ya acabó?”... Y así.
Le preguntó, pues, doña Rosa -así se llamaba la mujer del campesino- a su marido qué era lo que le preocupaba.
-Fíjese -respondió él- que me salió una espinilla en la mera puntita de aquello que le platiqué. Me perdonará, entonces, si no hago obra de varón hoy en la noche, y tampoco a lo mejor mañana, hasta que se me quite la hinchazón.
Lamentó la muchacha en su interior aquella calamidad inesperada que la privaría, quizá por varias noches, de las recias atenciones de su fornido y cumplidor esposo, pero dijo lo que dice toda mujer del campo, lo mismo ante una gran desgracia que ante un insignificante contratiempo. Dijo:
-Sea por Dios.
-Una cosa le pido -demandó el ranchero-. No le vaya a contar esto a nadie, porque me da vergüenza.
Doña Rosa le aseguró que ella con nadie hablaba ya, según su nueva condición de mujer casada, y que a nadie por tanto contaría aquella cuestión tan íntima que sólo a los dos interesaba.
No olvidemos que aquella cosa tan íntima no era cierta: don Abundio no tenía ninguna espinilla en aquel punto -o punta- tan sensible. Había inventado la mentira sólo para poner a prueba la discreción de su mujer.
Ese mismo día, al caer la tarde, se dirigió él a la tienda del rancho, lugar donde solían reunirse los hombres al terminar la jornada de trabajo para comentar los sucesos del día y jugar unas manitas de conquián. Tan pronto entró le preguntó don Nacho, el de la tienda:
-¿Cómo seguiste de ese tumor que te salió en la pija? A lo mejor es lepra. Vete al Saltillo a que te vea el doctor; no sea que se te caiga aquello.
En ese mismo punto supo don Abundio que no podría confiar nunca en la discreción de su mujer. Y es que la atribulada muchacha le contó a su madre lo de la espinilla. Ella le repitió la historia a su marido. En esa segunda versión la tal espinilla se había convertido ya en feo grano. Luego, de versión en versión, el forúnculo fue creciendo hasta volverse llaga de leproso. Ahí confirmó don Abundio que es cierto lo que dice dice la sabiduría popular: “Secreto de dos es secreto del diablo, no de Dios”.