Juventud y montaña
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No se hace pesada la subida.
No se respira bien a causa de la plática y las carcajadas. No es ascensión de alpinistas disciplinados sino de excursionistas improvisados. Es plena juventud universitaria. A aquél se le ocurrió traer tenis y ha soportado bien la caminata con las plantillas interiores. Este otro trae botas de pentatlón con correa sobre el pantalón. Los demás calzan zapatos recios de caminata. El paisaje ayuda para que no haya cansancio. La hermosa sierra va descubriendo sus arboledas altísimas, sus pedregales, sus llanitos floridos, sus cumbres lejanas, sus recias rocas de formas caprichosas.
Se arma la tienda de campaña. Se enciende con cuidado el fuego. Se hace el café y se calientan tortas y tacos. De una mochila brotan, como milagro, algunas mandarinas. Cada uno toma su camino solitario antes de descansar. Antes de dispersarse, el más ingenioso admira el cielo estrellado y dice, recordando a su novia: “las estrellas son la segunda maravilla de la creación”, todos ríen. Chicharras con sonido vibrante, viento suave, olor de hierba, últimos cantos de pájaros retrasados…
En el desayuno de este amanecer de montaña; larguirucho, flacón, con voz todavía adolescente, cuenta este muchacho de prepa lo que contempló entre los árboles. “No me lo van a creer pero vi una bola de fuego en la arboleda. Vencí el miedo y me acerqué. Era un enjambre de luciérnagas. Miles de pequeñas luces que zumbaban revoloteando”. Otro dice: “A mí me tocó ver un tecolote de ojo grande que giró la cabeza en redondo”. El más asustadizo cuenta haber visto una figura humana destelleante que despareció. Supone que fue un fantasma de alguien que alguna vez mataron por ahí. El desayuno de taco, trago y charla es preámbulo para la toma de fotos en todos los ángulos y posiciones amigables y festivas.
Juventud y naturaleza, juventud y montaña son binomios que generan inolvidables experiencias. Se convierten en recuerdos de generación. Se suman momentos de ese tiempo en que se busca lo inusual, lo sorprendente, en un estreno constante de emociones que conectan con la Creación. Familia, escuela, bachillerato y facultad, manadas de scouts, clubes de exploradores, hacen posible, con sus eventos periódicos y su motivación, ese contacto con las vecinas sierras incitadoras permanentes a la caminata y la ascensión.
No todas las ciudades están rodeadas de montañas. Estos scouts tienen esta celebración dominical en la sierra. La cruz cuelga de una rama. El altar es una roca. Los chavos están sentados en el suelo. Se ha extendido un toldo y hay protección de ramaje. Se está nublando y empieza a lloviznar. Nadie se mueve. Hasta el perro está echado, muy devoto. El mensaje habla de la vida como una ascensión. El banquete sagrado transcurre en esa intemperie sagrada. El más chiquillo comenta: “nos estuvo lloviendo agua bendita”… ¡ja!.
Juventud y montaña se llevan bien. Drogas y alcoholismo chocan y se aniquilan al estrellarse con estas alturas en que se respira un aire oxigenado y se bebe el agua limpia “de la cantimplora aventurera”…