¡Liberen a Oscar Wilde!
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Nuestro colaborador se plantea un dilema ante la invitación para asistir a la marcha por el orgullo gay en Saltillo
Amílcar queridísimo: supongo que recordarás a mi amigo Humberto Vázquez. ¿Sí? Ya. Pues él insistió en que formara parte de la marcha del orgullo gay, que se celebró hace unos días aquí en Saltillo. Desde que me invitó estuve dándole vueltas y vueltas al asunto.
Imaginé marchas de ese tipo en la Antigua Grecia, en Roma, en Egipto, en Asiria, en las comunidades africanas, entre los esquimales y los montañeses o entre los prehistóricos cazadores y recolectores. ¿Cómo hubiera sido una marcha así en la Edad Media? ¿Logras imaginarlo? ¿Habrían ido a dar todos en la hoguera de un multitudinario auto de fe? Indudablemente.
Qué fortuna vivir en esta época, ¿no crees? Hoy lo único que puede suceder es que los heterosexuales lancen sus insultos y sus escupitajos hacia los carros alegóricos sobre los que una “Gloria Trevi”, una “Paulina Rubio” y una “Lady Gaga” se contonean entre jóvenes musculosos disfrazados de agentes de tránsito, soldados o bomberos… Ya sabes de la seducción que ejercen los uniformados en el mundo de Guermantes. Tú mismo eres un vaquero imponente que arranca la respiración a cualquiera. Lo he visto: no puedes negarlo.
A pesar de las ocupaciones y los compromisos me he dado a la tarea de buscar a algunos amigos para solicitar su consejo y su apoyo. ¿Hacer una rumbera de los años 50? No. No creo que nadie se excite ya con esa figura. ¿Una “mujer fatal” estilo Sharon Stone? No. No sé si eso despierte ahora los bajos instintos de nadie. ¿Jennifer Lawrence? No, no. ¿A estas alturas? Ay, no. Sería como hacer “La momia regresa”.
¿Qué tal Betty Boop o alguna otra gran figura femenina del Cómic? No sé… Tal vez Súper Chica o la Mujer Maravilla… Pero ¿por qué no pensar en algo emblemático, algo digamos...vernáculo? ¿Crees que sería demasiado si fuera trepado en un carro alegórico representando a la Patria, esa hermosa india que pintó Jorge González Camarena y que sigue ilustrando, me parece, la portada de los libros de texto gratuitos que la SEP distribuye en las escuelas primarias del país? Ay, no, creo que a muchos parecería un acto de provocadora irreverencia.
Cansado de barajar innumerables posibilidades me he puesto a pensar si tiene algún sentido el andar proclamando un “orgullo gay” por las calles de la ciudad. No sé si los hombres o las mujeres heterosexuales han realizado marchas y manifestaciones para pregonar su sexualidad “normal”. ¿Han gritado alguna vez su “orgullo heterosexual” ante el Palacio de Gobierno, por ejemplo? No lo creo. Supongo que ellos no han sido víctimas de discriminación, marginación y desprecio, al menos en el sentido y en el grado en que desde hace siglos un homosexual ha soportado estas vejaciones.
Pero, querido Amílcar, mi vigoroso Amílcar, tú que eres un vaquero auténtico y no un mero fantoche citadino, ¿podrías decirme qué piensas al respecto? ¿Es necesario que los homosexuales se aglutinen, se organicen y marchen por las calles para “gritar al mundo” su orgullo de ser lo que son? Te lo pregunto porque sé que no eres ni homofóbico, ni racista, ni discriminatorio, de manera que podrías darme una respuesta más o menos objetiva.
“¡Oye, qué divertido es el pedo ese de la mariconería, ¿eh?, Savil!” Eso me has dicho aplaudiendo con tus grandes manos y dando palmadas en tus muslos de discóbolo. Cuando invité a mi amigo Gorgi al rancho, ¿recuerdas?, cómo te encantaba ver el espectáculo de la jotería –excediendo la nota- desplegado en todo su fulgor ante ustedes, que reían sin parar ante la lentejuela, la boa y el canutillo del esperpéntico género.
Pero quizá no sepas que hay tantas formas de ser gay como las hay de ser mujer o de ser hombre. He visto lesbianas que llegan a un antro con una gran llave “perica” encajada en el bolsillo trasero de sus holgados jeans y dar con ella en la cabeza de un atractivo joven sólo porque se atrevió a mirar de soslayo a su pareja. Y he sabido de otras que son tan bellas y femeninas como Nicole Kidman.
He visto hombres que parecen sacados del Coliseo romano original, rebosantes de masculinidad y con grandes dotes, que son felices vistiendo sedas y encajes ante el espejo, en la soledad de su habitación. Y otros que, esmirriados, encorbatados y de muy bajo perfil, alcanzan a su presa en la oscuridad de cualquier alameda victoriana. El abanico de matices resulta impresionante. Ya te hablaré largamente de esto cuando me invites otra vez a “Los Troncos”, ¿te parece?
Mientras tanto, he decidido defraudar a mi amigo Humberto y no formar parte de esa “marcha del orgullo gay”. No por miedo ni por pena, sino por razones que no sé si tengan que ver con la homosexualidad. Me pregunto si vale la pena proclamarse, por ejemplo, “orgulloso de haber nacido”. Por supuesto, yo no lo haría. De ningún modo me siento orgulloso de haber nacido.
Más bien me declaro indiferente ante tal acontecimiento, que parece más un efecto del azar biológico que de una voluntad divina.
Pero comprendo que, desde el punto de vista social y político, no está nada mal que los homosexuales exijan lo que muchos de ellos, en la Inglaterra de los años 60 del siglo anterior, gritaban por las calles con sus pancartas en alto: “¡Liberen a Oscar Wilde!”. El proceso de despenalización contra las prácticas homosexuales en ese país tan civilizado duró años: de 1967 a 1982, nada menos. ¿Qué te parece?
Sé que Humberto me enviará cuatro de sus fans para hacerme entender mi error. Espero al menos que se trate de los Cuatro Fantásticos… Por lo pronto, te abrazo mucho, querido Amílcar, extrañado Amílcar, aguardando tu invitación para el mes próximo, que será tórrido, lo prometo. Tu aún efebo: Savil de Huysmans.