Mirador 30/06/17
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¿Cómo es posible este milagro, pequeño como un ave; grande como la vida? Del cielo baja una paloma y visita mi casa cada día. Bien sé que no lo hace por mí: lejos estoy de merecer ese milagro; estoy lejos de merecer cualquier milagro. Viene porque han madurado ya los higos de mi higuera. Y sin embargo nunca una paloma había llegado al frondoso árbol, oculto por las tapias del jardín.
La paloma es de ésas que se llaman trigueras. Sus patitas son de color de rosa. Su pecho tiene la curva –y ha de tener la tibieza– de un seno de mujer. Cuando levanta el vuelo, asustada por algún súbito ruido, deja en el aire un rumor tenue. Así, pienso, debe sonar el aleteo de los ángeles cuando se van volando asustados por los ruidos del mundo.
A fuerza de mirarnos la paloma y yo nos conocemos ya. La oigo llegar y hago como que estoy escribiendo, pero la veo con el rabillo del ojo. Ella come, y luego asoma la cabecita entre las ramas. Pareciera darme las gracias. O darme la bendición.
¿Habrá en el mundo, digo, una mejor higuera que la mía, que da higos y da también palomas?
¡Hasta mañana!...