‘Montañas de una vida’
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Es urgente recobrar la alegría perdida a fin de contemplar los pasos que cada quien emprende hacia su propia cima, nos urge recuperar el entusiasmo que brinde significado al esfuerzo que hacemos en nuestro entorno
Para: Rolando Espinosa
Todos los entendidos en el tema del alpinismo saben que el italiano Walter Bonatti (1930-2011), es considerado como el mejor alpinista de todos los tiempos, y su libro autobiográfico “Montañas de una vida” representa la obra más hermosa, emotiva y vibrante de la literatura alpina.
Estando en un glacial Walter escribió: “Pasaban las horas. Me encontraba inmerso en el laberinto de mis reflexiones que me llevaban inevitablemente, a la búsqueda de mi verdad. Por eso sentía en mi todas las contradicciones que hay en el hombre, pero en mi monólogo había llegado a algunos puntos firmes. Estaba seguro, por ejemplo, de que no existe nada en la Tierra que no sea de todos, por lo tanto también mío. Sabía que comprender la belleza significa poseerla. Podía jurar que siempre hay puertas que abrir dentro de nosotros. Reconocía que las dificultades no ponen a prueba la fuerza del hombre sino su debilidad. Otras preguntas difíciles que me había formulado seguían sin respuesta, pero en definitiva, me había dicho a mí mismo que la vida tiene sentido vivirla con el máximo compromiso, buscando la realización de todo lo que se lleva dentro (…) Para mí estaba muy claro que mi extravagancia era preferible a aquella “cordura” de muchos de allá abajo, en donde con frecuencia la vida encadenada por la rutina y regulada por todas las presiones que llegan a transformar incluso el arte y la fe en una mercancía- no es más que desesperación, un desierto de apatía y de egoísmo”.
Cierto, la extravagancia de vivir, viviendo comprometidos con lo que apasiona realizando al ser, es mil veces mejor que caminar por la vida con la cordura que ata a la mismísima libertad.
Montañas Mágicas
Ciertamente las altas montañas siempre han ejercido una mágica atracción en la mayoría de las personas. A mí siempre me llena de vida cuando aprecio la majestuosidad y la perenne inmovilidad de una montaña, cuando la veo llegar casi hasta el cielo, su impasibilidad me inspira seguir adelante, me brinda pensamientos positivos y me recuerda la capacidad que todas las personas tenemos para realizar los sueños que nos proponemos.
Distintas sendas
Si alguien mira detenidamente a una alta montaña puede apreciar que existen innumerables caminos para alcanzar a la cima. Hay sendas escarpadas que directamente apuntan hacia arriba, que tienen prisa por arribar; otras que se dibujan lentas, que rodeando llegan también a lo alto; otras que son una locura pues se observan caprichosas para luego llegar a un desfiladero en donde terminan abruptamente. También se pueden observar rutas que desembocan en remansos, espacios verdes, superficies planas, que bien podrían a un caminante servir de descanso para luego volver a emprender la marcha hacia las alturas. Muchos caminos se descubren imposibles: maleza, espinas, piedras, troncos y ramas que cierran toda posibilidad de transitarlos. Hay otros trayectos que son falsos: avanzan para luego precipitadamente bajar en peligrosísimas pendientes, en precipicios. Desde luego, también existen estrechas avenidas que suben y luego caen, y así sucesivamente, hasta que finalmente terminan llegando a la cima.
También, cuando se presta atención a las montañas desde abajo, desde la distancia, se antoja fácil subirlas, pero la realidad es muy distinta, solo basta dar el primer paso por una senda que apunte hacia arriba para darse cuenta que hay que tener condición física, conocimiento, destreza y sobre todo voluntad a prueba de caídas, cansancio y de ese desánimo que surge cuando se camina hacia arriba y no se observa la cumbre, o si se mira, pero se comprende que falta aún mucho por llegar.
Gafas negras
Decía que cada persona tiene su propia montaña por coronar, entonces llegar a la cima no solamente es cuestión de altura o de las dificultades propias del camino o de las condiciones climáticas, sino del caminante, de su preparación física, mental y sobretodo espiritual. Sin embargo, para muchas personas las tormentas que se presentan en cualquier travesía provocan, si no la muerte, si la posibilidad de desviar el camino, de abandonar el propósito, justamente centímetros antes de alcanzar la meta, cualesquiera que esta sea.
Siempre he creído que para vivir hay que tener fe y esperaza, fe para continuar la marcha y esperanza para saber que llegaremos a la meta. Martín Descalzo no está de acuerdo en que la gran enfermedad de las personas que viven en este mundo sea la falta de fe o la crisis moral, sino más bien argumenta que lo que agoniza en este mundo es la esperanza, las ganas de vivir y luchar, el redescubrimiento de las infinitas zonas luminosas que hay en cada persona y en las cosas que las rodean.
Comenta: “el gran triunfo del mal consiste no tanto en habernos vueltos ciegos como en habernos puestos a todos unas gafas negras para que terminemos de creer que el mundo es mal y sólo en el mal puede revolcarse”.
Descalzo tiene razón: muchas personas caminan a tientas al considerar solo lo negro, lo negativo, ignorando la inmensa gama de colores hermosos y luminosos que las rodean, esa es una razón que provoca abandonar el viaje que los lleva a conquistar su personal montaña, y entonces derrotados caen a centímetros de alcanzar su cumbre.
Seguir andando
La existencia no siempre es agradable, es cierto que en ella hay zonas grises y hasta negras, pero es conveniente ver la vida de tal manera que nos ayude a vivir, que nos brinde esperanza, que apremie la necesidad de ver la mejor ruta para alcanzar la cima, que nos dé el valor para no desfallecer a pesar de los pesares.
Creo que es urgente recobrar la alegría perdida a fin de contemplar felizmente los pasos que cada quien emprende hacia su propia cima, nos urge recuperar el entusiasmo que brinde significado al esfuerzo que cada día hacemos en nuestro trabajo, en nuestras familias, en nuestras personales trincheras.
Esas alturas
Hay que subir la montaña, hay que enfrentar gustosamente las cuestas y bajadas, sin perder de vista la cumbre, sin olvidar nuestra misión. Es bueno asumir, sin tanta tristeza, las desventuras que todo viaje promete, sin caer en la tentación de la angustia o la amargura; hay que aceptar el reto de dar un paso más a pesar del dolor o la desilusión; hay que estar convencidos que aún cuando nuestros pies se atasquen en el lodo siempre tendremos la oportunidad de mirar a la cumbre, a las estrellas, a esas alturas que han sido hechas para conquistarlas.
Escalar por la existencia tiene un significativo destino: la posibilidad de llegar a observar con orgullo, desde la cima, el camino recorrido, la hermosa aventura de haber vivido a plenitud, el hermoso placer de mirar la ruta tomada, y el exigente camino conquistado, el maravilloso placer de saber que se llegó a la meta con compromiso y creatividad.
Bonatt tuvo razón cuando escribió: “Lo imposible y lo desconocido son dimensiones de la montaña, no deberíamos suprimirlas. Lo imposible, para que tenga sentido, debe ser vencido, no destruido. Son la mente recta y el corazón firme los que llevan lejos, no sólo la fuerza atlética. Tampoco hay que hacer nada heroico. Heroico, en todo caso, es seguir siendo uno mismo y mantenerse íntegro”.
En esto también consiste vivir, para luego contemplar las montañas de nuestra vida y poder apreciar la inmensidad de lo disfrutado.
cgutierrez@itesm.mx
Tec de Monterrey Campus Saltillo
Programa Emprendedor