País de desaparecidos
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El caso de Miriam Rodríguez Martínez, la madre de familia a quienes delincuentes le secuestraron a su hija en 2012, es un ejemplo de la impunidad y del terror tamulipeco
De acuerdo con cifras de la Procuraduría General de la República, en los últimos siete años alrededor de 27 mil 887 personas han desaparecido a lo largo y ancho del país.
En realidad, son cifras que de solo escucharlas provocan terror. Son algo así como un estadio de beisbol grande o uno mediano de fut bol repleto de gente, pero aquí, en esta lectura habría que imaginarlos sin vida, porque desgraciadamente la mayor parte de estas personas ausentes en México, de acuerdo con la experiencia de las autoridades, estarán sin vida.
Esta atrocidad, en gran medida, es producto de la Guerra del Narcotráfico, la declarada entre los diversos cárteles de las drogas y de la delincuencia organizada y la declara por el Gobierno federal desde el sexenio pasado, cuya estrategia ha continuado la actual.
Desde luego que esta ola de secuestros no comenzó en el año 2010, cuando los principales grupos delictivos del norte y el golfo de México rompieron, al igual que otros del Pacífico, pero lo que sí es evidente es que a partir de entonces las privaciones de la libertad tuvieron un crecimiento de pavor.
La zona noreste del país, que alberga históricamente los mismos grupos delictivos y ha recibido la invasión de otros del país, que como los locales, suelen “expandirse”, sigue sufriendo los embates de los criminales que extorsionan, secuestran y exterminan.
La situación es semejante en Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, pero otra vez, los números, por muy fríos que sean y la percepción ciudadana, arrojan que mientras en el Estado y en el estado vecino la zozobra a disminuído, claro, si comparamos estos días como los de los años 2010, 2011 y 2012, mientras que en el estado de la costa el terror continua.
Las historias que recoge EL PAÍS y que hoy divulgamos nos muestran que el Tamaulipas aterrado en la época priísta sigue igual ahora con el régimen panista. Es decir, la delincuencia organizada no respeta siglas ni colores.
Claro está, las terribles historias de los de alrededor de 5 mil tamaulipecos desaparecidos empezaron en años pasados, no son de ahora, pero quienes viven en Tamaulipas nos dan cuenta a menudo de los difícil que sigue estando la situación por allá.
Miriam Rodríguez Martínez, la madre de familia a quienes delincuentes le secuestraron a su hija en 2012, es un ejemplo de la impunidad y del terror tamulipeco. Como en la mayoría de los casos en México, la madre de familia fue ignorada por las autoridades, por lo que se dio a la tarea de buscar a su familiar por su cuenta.
Tras la intensa búsqueda, Miriam encontró dos años después los restos de su hija menor en una de las tantas fosas clandestinas de Tamaulipas. Para entonces la mujer ya se había convertido, sin proponérselo, en una activista social, abanderando a los familiares de desaparecidos.
Pero Miriam deseaba, como cualquiera en esa situación, justicia, y como una vez más, la autoridad mexicana siguió ignorándola, hizo lo que antes hicieron la chihuahuense Maricela Escobedo e Isbael Miranda de Wallace y muchos más: investigar por su cuenta hasta dar con los criminales.
Y Miriam lo logró, y más allá de eso, hizo que detuvieran a tres de los asesinos.
Sin embargo, posteriormente dos de los matones lograron escapar del penal de Ciudad Victoria.
Naturalmente que la activista, quien le seguía la pista a la tercer persona involucrada en el secuestro y asesinato de su
hija y continuaba en el activismo, apoyando en México y a nivel internacional a los colectivos de desaparecidos, estaba una vez más en peligro.
Por ello pidió protección a nivel federal y local. La administración del Gobernador Francisco Javier García Cabeza de Vaca le comisionó entonces agentes preventivos estatales quienes hacian rondines en forma rutinaria por su casa.
Pero Miriam sabía que los policías de la administración gubernamental estaban coludidos con los criminales del estado. Pidió mejor protección, pero no se la proporcionaron.
El pasado 10 de mayo, dos meses después de la fuga masiva del penal de Victoria, entre quienes iban los asesinos de su hija, a quienes ella identificó y mandó a prisión, Miriam fue asesinada a balazos en su casa.
Esto ha provocado que al menos dos compañeras de lucha de Miriam, que encabezaban también colectivos de familiares de desaparecidos, hayan preferido huir de sus casas, para irse quién sabe a dónde para salvar sus vidas y empezar una nueva, si es que se puede, luego de haber perdido a seres queridos, cuyos destinos finales desconocen.
Así o más indefensas. Y esto es muy común en todo México, en unas ciudades más que otras.
No cabe duda que Fernando Delgadillo, cuyo hermanó murió recientemente a consecuencia de heridas de bala tras haber sido asaltado en el Estado de México, tiene razón cuando dice: “No tenemos quién nos proteja”.