Vergüenza y paradoja
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El Clásico del sábado terminó de una manera salvaje en la casa donde más se inculcan los valores. La paradoja es tan vergonzosa como la reacción de un grupo aficionados hundidos en la miseria al calor de la derrota.
La violencia para canalizar el coraje deportivo es inexplicable, irracional y condenable. Las desmedidas actitudes de porristas enfurecidos por un resultado sólo se argumentan desde la locura, la alevosía y el atropello.
El salvajismo en un estadio moderno sólo tiene cabida en un mundo de complicidades. Sería un gravísimo error que el club Monterrey se entregara al sopor del olvido como correctivo a la bestialidad de algunos de sus aficionados.
Un club que sostiene la bandera del “hagámoslo bien” ha quedado expuesto por la bajeza de unos cuantos barristas que desnaturalizaron los propósitos de civilidad que promulga el catálogo de una institución siempre preocupada por la sana convivencia.
Sin embargo, el Monterrey es tan culpable como los bestias. Es inconcebible que un evento de tremenda repercusión en un estadio de extremas garantías haya fallado otra vez en la seguridad.
Es inconcebible que desalmados hinchas gobiernen a los directivos con estos lamentables hechos cuya exclusividad se la ha endosado siempre a sociedades atravesadas por una caótica crisis de valores, subestimando lo que sucede en la nuestra.
Es vergonzoso que un estadio donde se simboliza la modernidad quede atrapado en la inercia de la involución con esta foto donde la escoria humana salta a superficie en la adversidad.
El club Monterrey no puede cobijar la barbarie y tiene que aceptar cualquier castigo que le impongan. Ni siquiera podrá debatir ni discutir una merecida sanción y por una cuestión moral –apegado a su promocionada ética-, está obligado a reconocer sus fallas estructurales y tomar medidas en esa dirección.
Sería absurdo buscarle un “pero” a estas situaciones violentas provocadas por la ira, la frustración y el alcohol.
Provocadas por un contexto que se lo permite y por una marcada indiferencia, por aquello de creer o dar por sentado que en un club con valores nada de esto tendría que suceder. Ese desdén, al final de cuentas, vulneró a todos.