La dignidad de lo cotidiano
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—¿Por qué me hablas de las piedras?
Lo único que me importa es el arco.
—Sin piedras no hay arco.
Italo Calvino.
Hace unos días, trascendió en redes sociales la noticia de que habían sustraído una de las ranas de la fuente que está ubicada en nuestra Alameda. El suceso causó revuelo entre los habitantes de la ciudad y sobre todo los que de manera cotidiana transitan o visitan este espacio público. Unos cuantos días después, la prensa nos informó con la sorpresiva medida que se había ejercido para evitar el robo de más elementos; las autoridades “resolvieron” instalar una especie de cercha o cincho a cada una de las esculturas aplicándoles soldadura para evitar que se las llevaran. Esta “solución” no tardó en despertar en la ciudadanía diversas opiniones, las cuales no favorecieron en nada la decisión y terminaron por eliminar la medida dejándolas en su estado original. Días antes, fue noticia también, que una persona se encontraba parado en el puente denominado “El Sarape”, con intenciones de saltar, hecho que despertó en los ciudadanos diversas opiniones y reacciones, algunas terriblemente negativas, otras de apoyo y empatía. Ambos sucesos me parecen relevantes porque son un termómetro de lo que sucede en la capital del estado, tanto desde el punto de vista del ciudadano, como desde el punto de vista de la autoridad.
Existe una delgada línea entre lo cotidiano y lo rutinario, la ciudad es contenedor de ambas, Carlos Recio, reconocido historiador y experto en semiótica urbana comentó en una nota lo siguiente: “la belleza proporciona felicidad, la belleza de una ciudad proporciona bienestar; y en el momento en que vemos que casas muy bellas o edificios muy bellos fueron transformados en lotes baldíos, en viviendas horribles híper modernas, hace que la gente, en el fondo, tenga también un gran malestar, porque vivir en un lugar que no es bello no produce placer, no produce satisfacción”. La hostilidad o la belleza en lo cotidiano y en lo rutinario conforma una estructura mental y social, provoca emociones y sensaciones en los que si no existe forma de encontrar un anclaje, un sentido de apropiación o de identidad no existe arraigo ni bienestar. Lo cotidiano es lo que como colectividad realizamos todos los días, que nos implica a todos. Lo rutinario es lo que en lo personal, los individuos realizan en su entorno específico y en su realidad diaria. Calvino dice: “la ola de recuerdos que refluye la ciudad se embebe como una esponja y se dilata” porque en nuestra memoria, lo cotidiano permanece, se interioriza y se expande, las imágenes que percibimos, las banquetas que caminamos o los espacios públicos que visitamos. En ellos nos vemos inmersos y cuando esto implica estar en estado de alerta constante, se vuelve hostil. El autor agrega: “la ciudad dice todo lo que debes pensar, te hace repetir su discurso...” Entonces, ¿cuál es la importancia de preservar, conservar, cuidar, salvaguardar y mantener nuestra ciudad bella y habitable? La importancia radica en que la ciudad es un reflejo de nosotros mismos, de lo que somos como comunidad, debería arroparnos, protegernos, mostrar nuestra identidad. Pero esto también es responsabilidad de cada uno de nosotros en lo rutinario, en lo que hacemos como individuos todos los días y este sistema de comunicación entre la ciudad y sus habitantes, se asemeja a una cinta de Moebius, un canal que fluye en ambos sentidos porque la ciudad nos afecta pero nosotros somos principalmente quienes construimos la ciudad y afectamos los espacios.
Las ciudades tienen problemas de muchas y variadas índoles y no es tarea fácil resolverlos, pero crear y mirar la belleza en lo cotidiano es crear consciencia de nuestro contexto y necesidades: dignificarlo. Al interiorizar nuestra historia a partir de nuestro entorno y las memorias que este nos ofrece, nos permite también -a autoridades y ciudadanos- tomar decisiones que impacten positivamente en lo individual y en lo colectivo.
Encuesta Vanguardia
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