La prueba del añejo...
COMPARTIR
TEMAS
El origen etimológico de la palabra democracia lo traigo a este primer párrafo porque de ahí deriva la idea base de lo que es, “demos”, pueblo y “kratos”, gobierno. Y si es un gobierno del pueblo esto conlleva a suscribir que se trata de un modo de gobernar en el que pueden participar todas las personas en la toma de decisiones de su comunidad con la finalidad de generar bien común. Qué bonito se lee, se pronuncia, se oye y hasta se piensa, ¿verdad? Hay un mundo de diferencia entre el deber ser y lo que es. Si así fuera, desde el principio de los tiempos en que se acuñó el término, pues habrían campeado la libertad, la justicia, la igualdad, el diálogo, la tolerancia, el respeto, la participación ciudadana... ¿o no? Nada más imaginemos la maravilla de un régimen de esta naturaleza. Todos somos libres de hacer y de pensar como a bien tengamos, pero sin perder de vista que nadie está por encima de los demás. ¿Cómo ve esto?
En un régimen democrático la cultura política que priva es la arraigada en una serie de valores como la tolerancia, el reconocimiento de la diversidad y de la solidaridad, así como prácticas y acciones destinadas al ejercicio del diálogo para solventar conflictos y diferencias en el seno de la comunidad. El filósofo inglés Harold Laski (1934) sostenía que la democracia busca crear y mantener “el ambiente en el cual el hombre tiene la oportunidad de ser su mejor versión posible”.
TE PUEDE INTERESAR: El ABC de un servidor público
Cuando esto escribo me aparece un mensaje en la pantalla de la computadora en el que se apunta que en la ciudad de Tijuana le prendieron fuego al coche de una periodista mientras hacía una entrevista. ¿Cuál respeto?, ¿para eso se utiliza la libertad, para agredir, para dañar? Acotemos el derecho a ser libres, por supuesto que lo somos, pero hay una limitante, no afectar con ese ejercicio los derechos de los demás. En un estado democrático la actuación de gobernantes y gobernados está sujeta al imperio de la ley. Y esta debe ser siempre objetiva y su aplicación, como apuntó el filósofo francés Montesquieu, “como la muerte, SIN EXCEPCIONES”. Pase revista de lo que tenemos en nuestro país, a la luz de estos conceptos... ¿Cómo andamos?
Otro de los grandes valores de la democracia es la igualdad. Esta implica reconocer a todas las personas como igualmente valiosas, sin marcar diferencias por religión, por etnia, por estatus económico, por estado civil, por género, entre otras... ah... pero también por brindar parejo las mismas oportunidades y posibilidades de desarrollo. En palabras llanas, la principal tarea de un gobierno que se jacte de ser democrático estriba en GENERAR CONDICIONES PARA QUE TODA LA POBLACIÓN VIVA ACORDE A SU DIGNIDAD DE PERSONA.
John Rawls, filósofo estadounidense, expresaba que es obligación de un gobierno democrático implementar las medidas necesarias para que “las necesidades básicas de un ciudadano sean satisfechas, cuando menos en la medida en que su satisfacción es necesaria para que los ciudadanos entiendan y puedan ejercer fructíferamente esos derechos y esas libertades”. Y remata Juan Jacobo Rousseau, filósofo del siglo XVIII, apuntando que la igualdad es indispensable para la formación de una sociedad democrática. Y esa igualdad, en su concepto, significa que nadie debe ser tan rico como para poder comprar al otro y nadie tan pobre como para querer venderse.
¿Cómo vamos, compatriotas? Reducir desigualdades en una democracia, es fundamental. Para ello se demanda igualdad civil, en los derechos civiles, igualdad política, en los derechos políticos, igualdad liberal, en los derechos de libertad e igualdad social, en los derechos sociales. ¿Por qué? Porque todo esto conlleva a otro valor importantísimo para la democracia: La autorrealización personal. ¿Por qué? Porque tiene que ver con la autonomía para tomar decisiones, con la capacidad de desarrollar una vida significativa, es decir, plena, con salud, en un ambiente en el que priven la seguridad y la paz, disfrutando de su naturaleza gregaria.
Las personas realizadas, felices, no le fastidian la vida a nadie. Y viene la pregunta, ¿podemos realizar estos ideales? Compatriotas, todo es factible, claro, entendiendo que no somos dioses, sino humanos. La democracia, los ideales de la democracia se construyen todos los días, se edifica, reitero, con principios y valores. Y también demanda de ciudadanos informados, organizados desde la sociedad civil para participar en los asuntos públicos. Esto es esencial para evitar que lleguen al poder líderes con inclinaciones autocráticas, que una vez arribados al cargo, actúan para hacerse de un poder omnímodo, eliminando contrapesos, como la prensa libre, los órganos autónomos, manifestando abiertamente su aversión a la independencia del Poder Judicial. Y un votante sin formación cívica se convierte en presa fácil de este tipo de liderazgos.
Apreciado leyente, lo invito muy respetuosamente a conocer el sistema político imperante, su funcionamiento, sus resultados. Analícelo con objetividad. Lo que no entienda, pregunte, nadie es todólogo. Va a tener claridad de los eventos que suceden en el ámbito público y de la manera en que le afectan a usted. Y entonces su juicio crítico tendrá sustento y por ende será propositivo. México necesita rediseñarse, el traje que ahora viste no está hecho para las condiciones ni las demandas del siglo veintiuno. Y nos corresponde a los gobernados determinar cómo debe ser el nuevo, al final del día, lo portaremos nosotros y por otro lado, la confección la pagamos nosotros. Hasta la próxima, con la gracia de Dios.
Encuesta Vanguardia
https://vanguardia.com.mx/binrepository/1024x1024/-175c29/1200d801/none/11604/VTYQ/05_1-8153461_20240202160406.png
$urlImage